viernes, 15 de febrero de 2019

Es difícil querer este mundo cuando los niños mueren.



Mis mañanas se resumen a un frío inconmensurable, el chillido de un perro me despierta todos los días para que lo alimente  y el sopor de un cuerpo que apenas se levanta con ganas de vivir y otras tantas veces prefiere fingirse muerto en la cama. No siempre es así, en ocasiones lloro mucho o rio desmesuradamente , hay veces en que siento que puedo comerme al mundo, pero luego siento que el mundo me traga a mí. Avanzo, me detengo, retrocedo, me detengo, avanzo. Camino con la clara afirmación de que me cuesta más que al resto y que eso no es externo de lo colectivo, por el contrario, soy consciente de que las cosas que me suceden hablan de un contexto. No es que la tragedia persiga a los pobres o a los ignorantes. Es más bien que ese estado hace más vulnerable a cualquiera que lo viva. Da un poco de asco, sinceramente. 

En fin, que tenemos que hallar espacios de resistencia , pero dile al que está en medio de un legrado uterino sin anestesia que no grite, que lo que hacen es por su bien, si ya lo sabe, pero dilo de todos modos y verás que en el dolor no te escucha, si no hasta que se le hacen las cicatrices.Solo cuando la herida cicatriza el individuo en cuestión puede decidir llevar una vida en paz o abrirse poquito la herida para convertir el dolor en experiencia. Dura, útil y fabulosa experiencia.

A estas alturas  todo puede ser un sueño y me imagino que llegaré a casa y te encontraré articulando a balbuceos mi nombre

"Moche" dirías con tu tono de niña risueña. Aunque quisieras decir mi nombre y no te saliera pronunciarlo,  yo acudiría a tu llamado y nos pondríamos a jugar como si fuéramos madre e hija, pero ni soy madre y tú ya no podrás ser más hija.

Ya sé que te prometí amar la vida, pero a veces me siento sola sin ti y me dan ganas de verte.