Después de la muerte de Natalia , la enfermedad provoca terror en mi familia. Algunos demuestran su preocupación a regaños y gritos ante la impotencia y el no saber qué hacer frente a una emergencia, sacan su propia frustración al no poder hacer nada para ayudar a la persona en ese momento . Irónicamente, sé que están preocupados, que por eso gritan, que por eso me dicen todo lo que hago mal, porque en el fondo ellos están más asustados que yo de desaparecer, que ya nadie quiere ni sentir ese dolor de nuevo ,ni perder a otro integrante más.
La herida nos dejó una cicatriz bien profunda que en momentos de crisis no sabemos sobrellevar y pareciera que no existe otra cosa más que el miedo.
Mientras tanto, yo me siento culpable por no tener control sobre mi cuerpo. Me enojo, me frustro, me asusto, me avergüenzo y tengo muchas ganas de que los ojos se me inunden , sólo quiero que alguien me abrace y me diga que voy a estar bien, aunque ambos tengamos la incertidumbre de no saber si así será. Deseo que alguien me hable , deseo tener fuerza y me siento tan al borde de la agonía, como si la voluntad no me alcanzara para respirar. Y me lo guardo, el miedo, como si dentro tuviera chip , como si de repente dejara de ser humana y fuera un robot que no está programado para preocuparse por su dolor, porque si estuviera hecha de metal no sentiría nada. Ojalá pudiera ocultar mi dolor.
Termino preocupándome por la molestia que causo en otros, por ver las lágrimas de mi madre y su preocupación proyectada en furia, hasta que los brazos no me responden y entonces siento terror. Fueron breves los minutos, pero dejé de ser yo misma, de repente me llegaron sensaciones desagradables al cuerpo: Náuseas, Mareo, vértigo, quiero gritar pero lo soporto.
Mis dedos se retuercen, adquieren una forma monstruosa y me concentro en el hormigueo que siento desde el alma hasta las uñas. ¿Podría alguien abrazarme? Pienso, patéticamente. No siento nada.
Esa tarde pensaba cuan feliz y agradecida me sentía por tenerlos a todos. Que todo iba viento en popa y lo estaba , pero tengo impregnado el temor de morir, el sólo temor del recuerdo hizo que mi cuerpo dejara de funcionar.
Estoy tan avergonzada de mi misma en estos momentos y tengo ganas de decirles a todos que en verdad me esfuerzo, que me estoy esforzando y que por eso me duele que no parezca suficiente.
Estoy asustada de mi misma.
Quiero abrazarme , sentirme fuerte.
Siento como si en aquel charco de sangre que perdí, se derramaran todas mis fuerzas y desde entonces me quedaran sólo resquicios inútiles que, a ratos, gasto en llorar nada más.
Lo único que me consuela e
s saber que todavía tengo energía para quejarme, aunque para esto no es que se necesite mucha, no es ni la milésima parte de la que se requiere para ser feliz.